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La extraña casa de los Cangilones

En 2007, llegué del interior a la capital de la república por una beca para estudiar en la universidad; y sinceramente nunca pensé que eventos extraños pudieran darse en la gran ciudad.

La casa donde nos recibían quedaba en un populoso barrio, que por más de 30 años funcionaba como una residencia estudiantil, en la que habían pasado generaciones de jóvenes universitarios.

Aquel año, 4 compañeros y yo, fuimos los elegidos para habitar la casa, la cual era tan grande que podíamos cambiar de habitación, cuantas veces quisiéramos.

¡Y sí que era grande! A diferencia de otras casas, la nuestra se erigía sobre 5 pisos, imponiéndose soberbiamente entre las pequeñas casitas de aquel marginado lugar. Me sentía privilegiado.

Y no era pa´ menos. La casa contaba con todas las comodidades; teníamos una amplia cocina y un envidiable comedor, sin dejar de lado las 8 habitaciones, los 4 baños, la biblioteca, la sala de estar, el cuarto de chécheres, la dispensa, el oratorio y una habitación donde se guardaban las imágenes religiosas que se usaban para hacer pastoral

En el barrio, no había una casa así. Todo era tan amplio y tan limpio, y las paredes tan blancas e inmaculadas que en ellas solo se divisaban una serie de cuadros religiosos que daban una sensación de seguridad, en medio de aquel lugar peligroso.

Y sí, así era el barrio. Saliendo de la casa, todo era suciedad, miedo y desolación, pues las bandas criminales a cualquier hora se disparaban entre sí, mientras las balas frías sin permiso caían en cualquier lugar; por lo que, no era extraño, encontrarse con un cadáver por allí. Y eso, sí que asustaba.

Según los más viejos del sector, el barrio estaba construido sobre las fosas comunes que había dejado la masacre comunista de los años setenta; y por un tema de justicia y acompañamiento a las familias vulnerables del sector, los jesuitas, se habían instaurado allí y habían construido aquella enorme edificación para dar fuerza y luz.

De allí que los curas siempre decían: Quien a Dios en su vida tiene, nada malo le pasará. Y con frase, nos sentíamos seguros y con las ganas de ayudar a la comunidad, hasta que una noche, a diferencia de otras noches, sucedió algo distinto para mí:

Cerca de las 10 y 30 de la noche de ese domingo, y luego de hacer mis oraciones, me acosté a dormir. Después de ello, no recuerdo haber soñado nada, pero sí recuerdo haberme despertado y haber mirado el reloj de mesa que marcaba las 2:16am, mientras la luz de la luna se colaba entre la ventana que iluminaba toda la habitación.

A esa hora el barrio permanecía en completo silencio, pues ni siquiera los perros, como en otras ocasiones habían ladrado. Así, que nuevamente coloqué mi almohada sobre mi cara e intenté dormir, cuando de repente sentí que comenzaron a girar lentamente la perilla de la puerta de mi habitación.

Súbitamente se aceleró mi corazón, y mientas las pulsaciones subían, supuse por un instante que era una jugarreta de algunos de mis compañeros de residencia, pero no fue así: la puerta comenzó a abrirse lentamente y apareció una pequeña niña vestida de blanco con el rostro deformado que, sin decir una palabra, solo me observó...

Intenté gritar y no pude. Intenté golpear la pared para pedir auxilio, y no pude moverme de allí, hasta que mentalmente invoqué a los santos, aun cuando temblaba mi voz, y repentinamente la infanta desapareció, dejando la puerta abierta.

Minutos después, uno de los compañeros de piso se acercó alarmado, luego de escuchar los gritos y cundido de miedo, solo escuchó...

A la mañana siguiente, después de compartir aquella extraña experiencia con mis compañeros, todos concluyeron que no habían visto nada; y como no vieron nada, en los días siguientes se burlaron de mí.

Por unos meses me sentí confuso y con miedo. Después de aquella espantosa escena, todas las noches trancaba la puerta con cerrojo y reforzaba mis oraciones para poder dormir tranquilo. Me hice la idea de que todo había sido un mal sueño.

Pero no sé si era así, después de aquella experiencia escuchaba vocecillas balbucear y caminatas extrañas entre las escaleras durante la noche. Pero no dije nada para no seguir alimentando el hazme reír. Así que me decía para mí: todo está en mi imaginación.

Antes de terminar ese año, las distintas casas de becados nos reunimos para compartir lo vivido durante el año escolar. Y en medio del recoger, uno de los compañeros del quinto año, quien se había enterado de mi experiencia, comentó de forma burlesca lo que me pasó. Todos volvieron a reír; una y otra vez.

Pero está vez, uno de los compañeros del tercer año, interrumpió las risas y dijo: "a mí también me pasó; en la habitación de al lado, también una madrugada, mientras me voleaba en mi cama, vi la niña que te salió a ti y también me paralicé".

Escuchar ese testimonio me asuntó, -sabía que no era una alucinación - y repentinamente todos quedaron en silencio.

Seguidamente, otro de los compañeros del quinto año, agregó: “a mí también me pasó. Me daba pena decirlo, pero sucedió en esa casa; en la biblioteca, allí en el 5to piso. Estaba solo esa noche, como a las 11pm; apagué la computadora y cuando el monitor quedó en negro, vi en la pantalla que esa niña estaba detrás de mí. Giré y no vi nada”

Después de aquellos testimonios, todos callaron sepulcralmente, y nadie se volvió a reír.

Hoy, la casa sigue hospedando a los becados del primer año; algunos aseguran seguir escuchado voces, pero solo unos pocos, y sin razón alguna, han visto la pequeña niña, deambular.

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