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Nunca supe qué pasó

 

Aquél 21 de diciembre de 2015 dejé de ser el mismo, con exceso de confianza que era mi riesgo.

Venía a pie de trabajar, eran las 7 de la noche. En una zona bastante sola un ciclista se me acercó y enseño un arma. Quise enfrentarlo y de inmediato vi fuego en derredor y color rojo, con una voz que me decía ¡Cálmate!

El ladrón seguía amenazándome y al día de hoy, no sé qué me decía. Mi mente estaba obnubilada por un susurro grotesco que me erizaba la piel y me petrificó del miedo como si hubiese tenido el arma puesta en la frente y a punto de accionar.

Quise moverme y no pude, algo me agarraba y un cosquilleo más desagradable que cuando se duerme la pierna, me asoló.

El sujeto me quitó el teléfono y el reloj. Montó en su bicicleta, me moví con la intención de ir tras él (cómo si pudiera alcanzar), hasta que grité ¡SIN VIDA!

De la nada apareció en una esquina una patrulla de la policía de homicidios y ante mis señas lo siguieron y el motorizado, lo alcanzó. Cuando llegué ante ellos, jadeando, repetí ¡SIN VIDA! Y de inmediato, el agente sin mediar palabras le disparó a quemarropa, dejándolo sin vida mientras nos veíamos.

Pasaron segundos antes que el policía motorizado y los de la camioneta cayéramos en cuenta. El policía no sabía por qué disparó, así como yo no supe por qué dije ¡SIN VIDA! Un par de segundos antes. Fue como un trance obligado por esa voz tenebrosa que mi ser aún recorría.

Me ordenaron irme y en la prensa apareció como un enfrentamiento. Me fui sabiendo la verdad y sin arrepentimiento, pero inseguro de qué ocurrió.

Pasaron los días y pasé una Navidad horrible, lleno de miedo. El día 26 de diciembre decidí salir a ver si me relajaba.

Estando en una esquina y con 23 segundos aún para cruzar la calle según el semáforo, me volví a quedar petrificado, no pude mover el pie para bajar la acera y de nuevo escuché esos susurros, vi el entorno arder y enrojecerse.

A los dos segundos, una camioneta cruzó la esquina a alta velocidad. ¡Si no me hubiere paralizado, jamás la hubiese esquivado!

Sentí que iba a gritarle y sólo hice un ademán como de apretar y morir; dentro de mí ser, sentí que había una risa funesta que acompañaba al grito que no dije: ¡SIN VIDA! y a los pocos metros la camioneta volcó, matándose el chofer.

Había en mi trauma, confusión y una risa que me quería contagiar pero no me dejé.

Hasta el sol de hoy no sé si fue mi ángel guardián que me protegió de manera bastante sardónica o un ser oscuro que me usó para que se conjugara o cumpliese la muerte de otros.

Pero sé que si la vuelvo a escuchar, quizá yo me salve, pero alguien que está haciendo un mal en mi entorno, estará destinado a su fin.

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