Manos Santas

22/06/2022 15:01

Manos Santas
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    La  historia de las Manos Santas narra lo ocurrido en un pueblo de nombre desconocido, nací y pase los primeros años de mi vida en un pueblo donde solo una persona tenía televisión; la mayoría de la gente tenía una vida sencilla, solo pensando en el día que vivían, sin pensar en el futuro; por mi parte creí firmemente aun a mi corta edad que debía haber en el mundo algo más que lo que me rodeaba.

    La gente era demasiado supersticiosa, y mil veces antes de visitar un doctor; preferían curanderos, brujos, sobadores, parteras y cualquier cosa que pudiera parecer, lo más alejado de la ciencia posible.

    Cuando tenía cinco años un suceso cambió mi vida, mi tía había quedado inválida por una hinchazón en la rodilla, que no pudo curar el sobador, ni en los extremos el brujo, en mi inocencia y según lo que me había enseñado yo tomé sus rodillas entre mis manos

    y le dije –Le pediré a Dios por tí-. Al siguiente día al despertar tenía una fila de gente ante mi puerta; esperándome y a mis Manos Santas las que habían levantado a mi tía de la silla en que estaba postrada.

    Yo no entendía entonces lo que pasaba, pero por indicaciones de mi padre, atendí a todas las personas; tocando aquello que les daba problemas y diciéndoles la misma frase –Le pediré a Dios por tí-.

    Entonces,  apareció ante mí un anciano de bastón me dijo...

    –Yo no necesito que me cures nada, pero hay algo que debo enseñarte, te visitaré esta noche, pero es nuestro secreto-. El me regaló una revista, la Pantera Rosa, lo recuerdo muy bien, porque yo trabajaba por un mes entero,

    Hacía los mandados a las señoras, para poder ahorrar lo suficiente y comprarme una de esas revistas.

    Muy ilusionado esperé al viejo, cuando todos durmieron, él tocó a la puerta, extrañamente nadie se despertó, así que yo atendí al llamado; el viejo entró con mi consentimiento y sentado en el sillón sujetando su bastón me dijo.

    –Yo también fui como tu alguna vez, con Manos Santas; pero me equivoqué dediqué mi vida al bien de los demás y ahora estoy solo pudriéndome por dentro- por supuesto para mi esas palabras no tenían trascendencia, a mis cinco años  no entendí nada,

    Obedecí sus indicaciones cuando él me dijo –Puedes tener todo lo que quieras si haces lo que te digo-. Eso fue lo único que entendí; porque la vida que llevaba hasta entonces era demasiado incómoda para mí, mi padre  tenía dinero pero nos negaba todo.

    La vida que teníamos era miserable...

    Nos hacía vivir peor que un  pordiosero, mendigando la comida, la ropa que yo usaba era regalada por alguien más, ya rota; mugrosa, mi madre ni siquiera se ocupaba de mí, era un niño de la calle en pocas palabras.

    El viejecillo me ofreció comida, techo, juguetes, todo lo que un niño podría necesitar. En ese punto no lo pensé, así que obedecí, me fui con él; me llevó a una casa lujosa, pasando el canal, donde las personas de  mi pueblo no iban porque era territorio “Del Narco”.

    Ahí me trataron como un rey, y al día siguiente el viejo me dijo –Es hora de conocer a tu Dios, el que te ha dado el Don-. En la cabecera de la mesa estaba sentado un señor que vestía un traje blanco, su pelo era canoso, y estaba descalzo…

    Él me tomó de la mano, y dijo -Estas Manos Santas, me pertenecen, te di el don de poder hacer con ellas lo que quisieras y lo estas usando mal; las creé para mi beneficio, para que compartieras mi dolor, mi sufrimiento. 

    De ahora en adelante dirás “Hágase la voluntad de mi Dios”, cada vez que toques a alguien y yo me encargaré del resto; a cambio tú tendrás todo lo que desees”. El trató no parecía malo, y por más de 8 años, hasta mis 13 años me quedé con él.

    Cada vez que tocaba a alguien para sanarlo decía –Hágase la voluntad de mi Dios-. Viví en la riqueza absoluta, no me hizo falta nada. Durante todos esos años no había visto al señor de blanco, el viejecillo era quien cuidaba de mí.

     

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    Una noche se presentó ante mí, vestido de blanco otra vez...

    Pero con los pies llenos de sangre; diciendo –Hiciste un gran trabajo, ahora hagamos mi voluntad-, tomó mis manos entre las suyas y dentro de mi cabeza, como si una película de mi vida se exhibiera

    Quedé muy impresionado, vi pasar todos esos años y los rostros de las personas que había sanado, cuando las imágenes se detenían nos encontrábamos frente a ellos, el señor de blanco alzaba las manos al cielo con una risa retadora  decía –Hágase mi voluntad-,

    Me dí cuenta  que la sangre de sus pies subía tiñendo el traje de rojo, no empapándome, si no como si escurriera hacia arriba, sus manos se ponían negras y unas enormes uñas color plata, cortaban las mandíbulas de las personas para que el pudiera abrirlas tanto como para meterse por su boca.

    Aquello se transformó en un tormento, como si fuera cualquier pedazo de plástico, se metía completo, las personas entonces parecían secarse, la piel se ponía dura y se les pegaba a los huesos, entonces desde dentro el señor ahora de rojo sacaba la mano rompiéndose para salir.  Cuando lo veía de nuevo este tenía un par de cuernos largos y anillados, de su nariz y boca salir fuego, con el cual de un soplido convertía los cuerpos en cenizas… de ellas recogía una pequeña canica que guardaba en una urna de oro.

    Me dijo –Cure sus males con tus manos, pero nadie preguntó jamás que era lo que yo quería a cambio cuando tu decías “hágase la voluntad de mi Dios”, yo solo quiero sus almas… el cuerpo hasta aquí llegó-.

    A ver si esto les motiva un poco para preguntar siempre que se pide a cambio de un favor…

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      2 Comentarios

    1. Nathalia dice:

      Que mello

    2. Nathalia dice:

      Me asusto mucho buena moraleja

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